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En los cuatro departamentos del Pacífico colombiano (Cauca, Valle del Cauca, Chocó y Nariño) se produce esta bebida ancestral que proviene del destilado de caña y es elaborada por mujeres.

origen viche

Por Juan David Amaya

Francisca Castro, Rosa Ventes Montaño y Luz María Cadena eran tres de las 150 personas de distintas partes de Nariño que estaban en la Escuela Taller de Tumaco, en el barrio La Florida. Eran los primeros días de agosto. Todos allí hablaban de las prácticas asociadas al viche, una bebida fermentada de la caña de azúcar que se distingue por su dulzor, pero que tiene notas y sabores particulares, según el territorio donde se produzca. A ellas tres las enorgullece ser parte de la historia del viche y hacer historia por sus familias y por quienes aún no han nacido en sus comunidades. Cuando surgía alguna duda sobre su oficio, explicaban con paciencia, regalaban un abrazo.

Tumaco fue uno de los territorios elegidos para realizar la consulta previa para la reglamentación de la ley de esta bebida ancestral, una deuda que tiene el Estado colombiano con las comunidades que producen y transforman viche, y una medida que les servirá para vivir dignamente de lo que han hecho por siglos, sin persecuciones ni estigmas.

Francisca, Rosa y Luz María están presentes en el relato histórico sobre el Paisaje Cultural Vichero. Sus palabras servirán para entender por qué asocian su trabajo con el cuidado de la biodiversidad del Pacífico colombiano y cómo las prácticas tradicionales de producción de viche han permitido un equilibrio con el entorno. Ellas demuestran que el viche lo han fomentado las mujeres de generación en generación, de madres a hijas, pero también entre comadres y paisanas, con prácticas que van desde la transmisión de saberes, hasta el corte y cargue de la caña, y fermentación y destilado del producto.

Los orígenes del viche y su relación con la cultura bantú

La manifestación cultural del viche tiene sus orígenes en África, territorio en el que sus pobladores desarrollaron la destilación para obtener bebidas a partir de diferentes productos. Esta práctica llegó al continente americano, particularmente al Litoral Pacífico, con los hombres y mujeres esclavizadas.

En 1510, inició el nuevo orden con la llegada de los españoles a Santa María Antigua del Darién y, con ellos y las personas desplazadas forzosamente de diferentes zonas de África, también llegó la caña guineana o criolla a territorio colombiano, una materia prima para la producción de viche.

Años más tarde, se establecieron los primeros distritos dedicados a la minería, que incluyeron a Nóvita, Citara, Raposo y Barbacoas, en donde explotaban a personas esclavizadas de origen africano, en especial de la cultura bantú, de la que proviene el término “Bichi”, que connota viche. Los saberes de esta población fueron claves, según dice el antropólogo Jaime Arocha, pionero en estudios sobre personas afrodescendientes en Colombia y sus aportes a nuestras prácticas culturales, para la popularización de la bebida.

El viche es popular porque atraviesa la vida y hace parte de la cotidianidad de las comunidades del Pacífico. Los saberes asociados a esta bebida la muestran como un elemento que está desde los momentos previos a la vida, como en los posteriores a la muerte. Y son todas estas asociaciones, sumadas a las tradiciones para producirlo, las que se han transmitido históricamente a través de la palabra hablada y cantada, desde las rimas que hacen mujeres como Francisca y Rosa, con frases jocosas, amorosas, picantes y coquetas.  

viche popular

El viche es popular porque atraviesa la vida y hace parte de la cotidianidad de las comunidades del Pacífico. Los saberes asociados a esta bebida la muestran como un elemento que está desde los momentos previos a la vida, como en los posteriores a la muerte. Crédito foto: Jorge Martínez

El oficio en cantos

“El amor que ha sido brasa con mera llama se enciende y el amor que ha sido fino con poca palabra vuelve”, entonó Francisca. Algo que sucedió al menos unas cinco veces, pues hace parte de las tradiciones de estas mujeres el tener pausas, pausas para cantar, para charlar, para agradecer, para hablar de todo eso que las alegra, las entristece y las mueve.

Esa oralidad está presente desde la palabra de los sabios y sabias, quienes explican las diferentes etapas para la producción de la bebida: corte de la caña, cargue, filtrado, fermentación, destilado, captación y embotellado. Así como el autoconsumo de los productores, que es fundamental para el mejoramiento de la receta; o la relación con el entorno en donde se produce el viche, desde la limpieza de un terreno hasta la cosecha; y cómo se manipula la tierra, las plántulas y las cañas crecidas. 

A Francisca es fácil distinguirla. Tiene mechones morados y usa kimonos de colores vivos y figuras que evocan la memoria afrodiaspórica. Como etnoeducadora cuenta aquello que no se ha contado más allá de un pasado de esclavitud y es una orgullosa representante de la cultura de El Charco (Nariño) y su relación con el río Tapaje. Ella no solo canta e improvisa sobre lo que vive su gente, sino que se conmueve con la historia de su pueblo y la transmite.

“El medioambiente —asegura Francisca— es la armonía, el canto, el sentarnos y el sentir que nadie viene a perseguir más nuestro producto, porque es un producto de mujeres y hombres libres”. Insiste en el valor de la oralidad para las tradiciones ancestrales de sus paisanos: “Mira, cuando yo me tomo un viche y me integro con mis comadres y mis compadres, lo que prima es la oralidad, el mensaje”, dice.

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De acuerdo con Francisca, el viche es vida y por eso las comunidades han sabido cuidar cada uno de los elementos que confluyen en la producción del viche, como la diversidad de plantas nativas y los nacederos de agua. Crédito foto: Jorge Martínez

La caña para la producción del viche

Una de las comadres de Francisca, Rosa Ventes Montaño, es otra de las vicheras de Tapaje, un afluente que atraviesa El Charco y desemboca en el Océano Pacífico. Rosa llevó un alambique artesanal al encuentro vichero y, aunque no lo utilizó, quiso acercar la experiencia del destilado del jugo fermentado de caña. Iba de vestido rojo y unos tacones de al menos 10 centímetros que no le impidieron arrodillarse y sostener por un buen rato ese alambique que le recuerda a sus inicios como productora tradicional de viche.

Rosa señala que ha sido parte de todas las etapas de la producción de esta bebida desde sus cuatro años. Siente que esta práctica es tan suya que no ha querido dedicarse a otra cosa en la vida. Tiene 11 hijos, pero aún está joven, y a todos los ha criado en la tradición vichera, lo que también le ha permitido sostenerlos económicamente. “No podemos dejar que esa tradición se muera. Queremos que esa tradición siga fluyendo en las personas y en las comunidades como un beneficio para todos. Por decir, me muero yo y quedan mis hijas, y tienen que seguir esa tradición que yo he llevado”, comenta con cierto tono de advertencia, pues cree que esto debe perdurar para que su comunidad siga beneficiándose.

El viche y su producción han tenido que atravesar discusiones culturales y políticas para adquirir la popularidad que tiene hoy. En 1736, inició la persecución de esta bebida por parte del rey Fernando VI de España, quien vio rentable la producción y consumo masivo de aguardientes, ya que implicaba un incremento en los impuestos, y la estigmatizó. Esto llevó a que se abrieran las primeras fábricas de aguardiente de la corona en Popayán y Cartagena.

Mientras se extendía la producción de aguardiente en el país, se expandió la semilla de caña Otahití en los territorios del Pacífico, de acuerdo con una investigación del naturalista alemán Aléxander Von Humboldt. Algo que también recalca Francisca, quien cuenta que hay diferentes especies de caña que han sido cultivadas por su pueblo para la producción de viche.

“Si nosotros hicimos un trabajo en el territorio con una planta que no era netamente de nosotros, porque esa planta ha estado como medicina, pero más que todo en los territorios indígenas, y nos trasteamos semillas de donde podíamos y sembramos, ahora cuánto más la caña para la producción de viche. Que tenemos caña morada, caña blanca, caña poj, que la tenemos allí en las semillas”, dice. Se refiere al ‘curao’, un derivado en el que se combinan raíces y diferentes plantas con el viche para usos medicinales. La receta depende del transformador o transformadora y del territorio en el que viva. Esto es clave: todo viche es único. Ninguno es igual que otro.

Rosa comparte la tradición de cultivar diferentes especiales de caña. Tiene dos hectáreas en donde ha combinado la nativa, la poj y la morada, las cuáles se siguen multiplicando gracias a que los restos de la producción de viche terminan convirtiéndose en el abono de las plantaciones de caña, lo que fomenta la economía circular.

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Rosa llevó un alambique artesanal al encuentro vichero y, aunque no lo utilizó, quiso acercar la experiencia del destilado del jugo fermentado de caña. Crédito foto: Jorge Martínez

La ruta vichera

Cuando se abolió la esclavitud, muchas personas que eran explotadas pudieron dispersarse por toda la región Pacífica, llevando consigo el legado del viche, que acompaña sus faenas de trabajo, la partería, la medicina, la fiesta y el jolgorio, y los rituales mortuorios. La década de 1850 fue clave para que el pueblo negro fuese libre y para que las expresiones propias de su gente, como las mingas, las manos cambiadas, la confraternidad y la solidaridad en torno a la cosmogonía y cosmovisión, que evoca los lazos con la madre África, se extendieran por el Pacífico. La caña estuvo en todas estas transformaciones y se adaptó a las condiciones del río, del mar y la selva.

Se calcula que los saberes y tradiciones asociadas al viche se extienden por alrededor de 175.000 km2 en el Pacífico, un área ecológica reconocida por su variedad de ecosistemas: páramos, bosques de niebla, selva húmeda tropical, manglares, ciénagas, litorales rocosos y extensas playas e islas.

Entre 1910 y 1993, Colombia cedió el privilegio del monopolio del aguardiente a cada uno de los departamentos del país, lo que permitió la producción, introducción y venta de licores de destilados embriagantes en todo el territorio nacional, así como las rentas por “tenencia”, lo que recrudeció la persecución frente al consumo y producción de viche. Además, inició un proceso de modernización de la industria de la caña y se introdujeron al país nuevas especies de esta planta, principalmente de origen javanés.

Pero fue hasta la Constitución de 1991, que reconoce a las comunidades afrodescendientes y los territorios ancestrales que habitan, que se empezaron a desarrollar iniciativas de promoción de la cultura afro. Una de ellas, el Festival Petronio Álvarez. Inició en 1996 en Cali y actualmente es la plataforma de comercialización más importante en Colombia para el viche y sus derivados.

De acuerdo con Francisca, el viche es vida y por eso las comunidades han sabido cuidar cada uno de los elementos que confluyen en la producción del viche, como la diversidad de plantas nativas y los nacederos de agua. “No se debería dejar morir el viche, que se acabara, que se extinguiera, no. Lo han sostenido porque es la vida, porque, así como en el momento usted encuentra la gente, encuentra las narradoras, encuentra las cantadoras, las cuenteras, así va encontrando el viche, porque eso es algo que va de la mano. Sin el viche, imposible subsistir en territorio”.

Esa subsistencia también se relaciona con el mejoramiento de las condiciones económicas de las poblaciones que producen y transforman viche. Luz María Cadena, también productora de El Charco, participó en la consulta previa. Se levanta a las 4:00 de la mañana para encender las tres ollas en las que cocinará el fermentado, mientras su marido raja la leña. Ella es la principal proveedora de su hogar y ha podido asegurar la educación de sus hijos a partir de esta bebida. Dice que ama la tierra porque le da todo y le debe todo. “Pues la cuidamos no echándole el piso, porque el piso daña la tierra. Cuando rozamos, el monte queda ahí. Entonces eso le da como fuerza a la tierra, para que las matas se coloquen bien frondosas, bonitas”, agrega.

Desde el 2021 con la Ley 2158, la cual define la línea de reconocimiento, impulsa, promueve y protege los aspectos que determinan al viche y sus derivados como una manifestación de la región Pacífica colombiana, Colombia avanza hacia la reglamentación de esta bebida.

En medio de este viaje, a Francisca, Rosa y Luz María, y a sus compadres y comadres, se les presentó el proyecto de decreto reglamentario de la ley, que busca proteger los derechos, las tradiciones y los saberes de las comunidades productoras y transformadores de viche de los cuatro departamentos del Pacífico, a través de una consulta previa libre y abierta. Ellos y ellas concertaron esa iniciativa.​

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El Gobierno de Colombia les presentó a las comunidades el proyecto de decreto reglamentario de la ley, que busca proteger los derechos, las tradiciones y los saberes de las comunidades productoras y transformadores de viche de los cuatro departamentos del Pacífico, a través de una consulta previa libre y abierta. Crédito foto: Jorge Martínez

​Nota replicada de la pagina web de MINCULTURA

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